SANTO DOMINGO (Licey.com).- La antesala del triunfo en el 107 aniversario de los Tigres del Licey, el viernes 7, se saldó con un necesario, por justo, reconocimiento a Roberto Díaz, un hombre que está indiscutiblemente ligado a parte del historial glorioso forjado por el club más antiguo del béisbol dominicano y caribeño.
Sus grandes aportes a la enseña azul no fueron con el bate o el guante, sino en la tarea dar señales, orientación, para que en tiempos de Monchín Pichardo, el Licey fuera reservorio de nativos firmados para el profesionalismo y la importación de prospectos de los Cardenales de San Luis, organización de la que Robertico Díaz fuera el máximo representante en el país.
“Quiero que sepan, que aunque estoy alejado desde hace mucho tiempo del béisbol, mi corazón siempre ha estado con el Licey”, exclamó Díaz al recibir el homenaje en el lado izquierdo del Quisqueya, después que el comentarista de la Cadena Azul, Bienvenido Rojas, hablara de sus grandes aportes a la causa y que el secretario de la Junta directiva, Rafael Úbeda, le entregara una placa de reconocimiento.
Díaz inició sus pasos como jugador profesional con el Licey, en defensa del cuadro interior, pero fue transferido al Escogido a cambio de Manuel Mota, el líder de hits de todos los tiempos de los Tigres y quien se convertiría en figura emblemática del club fundado el 7 de noviembre de 1907.
“Roberto Díaz regresó al Licey, y volvió por la puerta grande por 14 años. Como máximo representante de San Luís, aportó una gran cantidad de jugadores que dieron mucha satisfacciones y alegrías a los Tigres del Licey”, proclamó Rojas para que los testigos del homenaje tuvieran conciencia del alcance de este reconocimiento.
“El Licey tiene una deuda imperecedera contigo, porque fuiste responsable de muchos triunfos de este equipo”, agregó el comunicador al hombre que el entonces presidente del club, Domingo Ernesto –Monchín- Pichardo, supo darle el crédito que mereció, nombrándole como asistente.
Además, muchos habrán de recordarlo como coach del equipo azul en la esquina caliente, en tiempos que los grandes triunfos dejaron por sentado el llamarlo para siempre como “El Glorioso”.
Por Dimaggio Abreu