Por DiMaggio Abreu Peralta
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SANTO DOMINGO (Licey.com).- Con la misma chispa con que engalana sus narraciones y maestrías de ceremonias, el garbo de su florida pluma maestra y electrizante buen humor de las tertulias cuando comparte en franca camaradería con su entorno social, así ascendió Roosevelt Comarazamy al Olimpo criollo del deporte.
Su exaltación del narrador del Licey por 18 años al Pabellón de la Fama del Deporte Dominicano en el ceremonial 53, el domingo 10 de noviembre, clase de 2019, eleva al otrora integrante de la selección nacional de baloncesto al podio de la inmortalidad en calidad de Propulsor, con el bien ganado apelativo de periodista deportivo más completo que haya dado a luz la República Dominicana.
Cuando su hijo, Roosevelt Comarazamy Jr, como edecán lo condujo al “altar mayor” a recibir los símbolos que dan constancia de su exaltación, por parte del presidente del Comité Permanente del Pabellón de la Fama, doctor Dionisio Guzmán; el secretario Rafael Damirón y del presidente de Honor del Ceremonial 2019, Isaac Ogando, el gran maestro del periodismo se convirtió en el primer comunicador deportivo en recibir el gran homenaje desde que uno de sus mentores y compañero de mil faenas, Tomás Troncoso Cuesta, lo recibiera en 2005.
Así, Don Roosevelt se une a una pléyade de históricos periodistas o comunicadores ascendidos a la inmortalidad, reconocidos como propulsores: Fernando Arturo Soto (1974), Julio César Linval (1975), Sergio Vicioso Peguero (1983), doctor Pedro Julio Santana (1984), Miguel Peguero hijo, “Ph”, (1990), doctor Manuel Joaquín Báez Vargas (1991), Manuel Neftalí Martínez, “Tafneli”, (1991), Héctor “Bullo” Steffani (1992), Mario “Cuchito” Álvarez Dugan (1993), Homero León Díaz (1994), Fidencio Garris (1996), Armando Germán (1997), Porfirio A “Billy” Berroa (1998), Rafael Augusto “Max” Reynoso (1998), Félix Acosta Núñez (1999), Jorgito Bournigal (2000), Emilio Nicolás “Cuqui” Córdova (2003) y Tomás Troncoso (2005).
El ceremonial 2019 en que Comarazamy recibió el reconocimiento de la inmortalidad deportiva lo compartió con Jorge “Salchichón” Amparo (boxeo olímpico), Claudine García Albizu (racquetbol), Alfonso Soriano (béisbol), José Núñez (béisbol), Eneida Pérez Gutiérrez (ajedrez), Plácido Polanco (béisbol), Máximo “Tepo” Tapia (baloncesto), doctor Bolívar Vargas Candelario (levantamiento de pesas) y Lin Zhen Ju (tenis de mesa).
A continuación, el chispeante discurso de Roosevelt Comarazamy como aceptación de su inmortalidad deportiva y que arrancó la hilaridad de un repleto auditorio del Pabellón de la Fama, situado en el Centro Olímpico Juan Pablo Duarte:
“Señoras y señores:
No estoy aquí parado ante este podio por haber logrado una hazaña digna de ser moldeada en letras de oro como parte de la historia del deporte dominicano.
Fui un atleta-estudiante cuya carrera concluyó hace ya casi medio siglo con un título de Doctor en Derecho en una mano y en la otra un certificado de participante como basquetbolista en los X Juegos Centroamericanos y del Caribe.
Como receptor de béisbol en mis días juveniles agoté solamente dos turnos bajo luces en el Estadio Quisqueya y el resultado fueron dos elevados de foul –uno al catcher y otro al primera base- que provocaron en las graderías el vocerío: “Comarazamy, lo tuyo está en el María de Hostos”.
Sin embargo, entre los muchos batazos de foul que conecté, uno tuvo categoría de histórico porque puso fin a un partido de una forma tan dramática como inesperada. Se trata de un record verdaderamente irrompible.
Era una mañana estival en las vacaciones de 1960 y los muchachos de mi barriada nos entreteníamos jugando pelota en los terrenos del Colegio Luis Muñoz Rivera cuyo frente daba hacia la calle César Nicolás Penson. No recuerdo si había corredores en las bases, ni la cuenta de bolas y strikes, cuando un foul de línea hacia atrás salido de mi bate fue a parar de aire en el vidrio lateral de un veloz y brillante Cadillac negro cuya placa solo tenía las 5 estrellas del Generalísimo Trujillo.
¡A correr fanáticos!
Hay otro record del cual casi estoy tan seguro como del anterior en cuanto a su categoría de irrompible.
En mis viajes alrededor del mundo cubriendo o supervisando eventos de voleibol durante casi veinte años, he comido caballos en Argentina, culebras en China, alacranes crujientes en Hong Kong, cocodrilos en Filipinas y perros en Corea.
Para todo eso, hice un entrenamiento en La Romana con repetidas ingestas de un explosivo plato criollo compuesto de orejas, paticas, hocicos y mondongo.
Mucha gente se pregunta por qué colgué la toga en medio de una promisoria carrera de abogado en el prestigioso bufete que compartían dos luminarias del derecho como Federico Nina hijo y Quírico Elpidio Pérez.
El día decisivo ocurrió una mañana en la que me tocó postular en el primer turno del rol de audiencias en la Corte de Apelación de Santo Domingo. Cuando subieron los jueces y estando quien habla ya en la solemnidad de los estrados, el magistrado-presidente Víctor Garrido comentó en voz alta: “¡Roosevelt, qué juegazo tiró anoche Mario Soto!”
Hablando ahora en serio.
He sido muy dichoso en una carrera que arrancó profesionalmente en 1969 escribiendo para la Agencia France Presse las crónicas de los juegos de la Serie Mundial de Béisbol Aficionado que se jugó en Santo Domingo, como ayudante del inmenso Buck Canel.
De ahí en adelante, todo marchó sobre ruedas.
Agradecido soy de Félix Acosta Núñez, quien me alentó a dar mis primeros pasos traduciéndole artículos de The Sporting News en el viejo Listín de la 19 de marzo; de Tomás Troncoso, quien me abrió las puertas de las Grandes Ligas en Radio Continental, y de Luis Ramón Cordero quien me conquistó para escribir en la Revista Ahora y El Nacional.
Fue Félix Mario Aguiar quien me introdujo en el béisbol de invierno con los Leones del Escogido, pero rápidamente gracias a Nandy Rivas me monté en el carro de la televisión de Los Tigres del Licey, donde todavía estoy con un hiato de 18 años en los Toros del Este al lado de mi compadre Arturo Gil.
Gracias al Grupo León Jimenes por su respaldo de tanto años en los que compartí vivencias al lado de luminarias como Willie Mays, Hank Aaron y Juan Marichal en el béisbol; Juan Manuel Fangio, Ayrton Senna, Niki Lauda, Alain Prost y Michael Schumacher en la Fórmula Uno; Valentino Rossi, Loris Capirossi y Max Biaggi en el motociclismo de la alta cilindrada; y con ases del tenis de la categoría de Guillermo Vilas y Manolo Santana.
Gracias a Cristóbal Marte Hoffiz, amigo desde nuestros días bajo la férrea disciplina del Colegio Santo Tomás, y a la Federación Internacional de Voleibol por la oportunidad otorgada a un dominicano de supervisar los departamentos de prensa de tantos Campeonatos Mundiales en latitudes muy diversas, y de los Juegos Olímpicos en Londres y Río de Janeiro.
Gracias a quienes me han traído hasta aquí, los miembros del Comité Permanente del Pabellón de la Fama, y gracias a tantas personas que, desde que se dio la noticia, me han dado un espaldarazo inmenso con sus manifestaciones de satisfacción.
Este momento tan ilustre lo comparto con mis colegas del periódico El Nacional encabezados por Leo Corporán, con el círculo de amigos íntimos de la peña semanal de Los Tobys, con los que fueron mis compañeros en el baloncesto romántico, y sobre todo con mi familia que me acompaña hoy en este auditorio.
A las generaciones de periodistas presentes y a las del porvenir, las exhorto a no dejarse arropar por los avances tecnológicos que llegan a pasos acelerados, mediante el estudio permanente bajo la consigna de que lo más importante es lo que uno aprende después que cree que sabe.
Hasta hace un rato era un periodista y narrador de mucha popularidad. Ahora he sido enaltecido como ciudadano de fama y prometo solemnemente que haré hasta lo imposible por no defraudar a quienes han confiado en mi persona para colocarla al lado de tantos compatriotas valiosos en el templo de la inmortalidad deportiva”.