Cáncer en cueva azul (1-2)

 Grandslam
 
Los Tigres del Licey sufren de un cáncer que hizo metástasis hace un buen rato. Quien tenga ojos, que vea. El que tenga oídos, que oiga.
 
Lo observado en la pasada serie regular fue un espectáculo bochornoso que cerró en otro sótano, situación ya repetida en el último lustro, donde las descalificaciones han estado a la orden del día, en una franquicia conocida por competir hasta el último segundo.
 
La temporada comenzó con errores y terminó marcada con ese flagelo que lamentablemente solo se controló hasta la llegada en diciembre de un Erick Aybar que una vez más demostró cuánto le duele la franela azul.
 
Salvo honrosas excepciones, los Tigres están llenos de nombres, pero el resto se resume en actitudes deplorables, falta de apego a los fundamentos y una serie de muchachos atentos a los espejos de las gradas para ver cómo brillan sus aretes.
 
Fueron muchos los partidos que se perdieron por jugadores hacer la mejor imitación de la serie perdidos en el espacio.
 
Los Tigres no tienen un líder. Primero, porque las malcriadezas reportadas y las que no salieron al aire nunca tuvieron freno. Segundo, porque el capitán se hunde con su barco sin importar las circunstancias. El experimento Dean Treanor era crónica de un despido anunciado desde que se informó sobre su contratación.

Pero también hay que decir que no es un asunto de dirigente, porque las cancelaciones de la silla de mando en los felinos han sido copiosas  en los últimos años.
 
La mejor definición de las palabras mística y aura, que para estos fines la comparamos con gloria, fue la de Curt Schilling antes de la Serie Mundial de 2001 entre Arizona y los Yankees. Schilling, a la sazón caballo de rotación de las Diamantinas junto a Randy Johnson, dijo que “eran dos bailarinas en un club nocturno. Eso no es para preocuparse en el terreno”. Arizona venció a los Yankees en siete juegos.
 
La gloria no se obtiene con discursos. Mística no tiene residencia permanente y ya tiene un tiempo mudada en la cueva roja del Estadio Quisqueya.
Si no creen que el Licey tiene un cáncer, perfecto. No hay peor ciego que aquel que no quiere ver.
 
Por Yancel Pujols
El Caribe

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